La primera traduccion de uno de mis textos gracias a la revista Argentina Poker Face ! El articulo publicado
Resumen de los últimos capítulos…
Llevo casi dos meses en Bolivia, y 6 en Sur América. Acabo de salir de Santa Cruz de la Sierra, la gran ciudad del Este de Bolivia, donde me enamoré de Maia. Pasamos un mes juntos, pero sentía que no había futuro en esta relación, así que con mucha peina decidí seguir mi camino…
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Las primeras horas de ruta son difíciles. No dejo de pensar en Maia, en nuestra despedida, en lo que le costó pedirme, mirándome a los ojos, que me quede. Tal exposición personal, de ella a quien sé tan orgullosa, me conmueve profundamente.
Me siento un cobarde por haber sido tan egoísta y avergonzado por haber sido tan cobarde.
Durante las primeras horas, bajo la velocidad, dudo varias veces en pegar media vuelta. Tengo un pretexto perfecto para hacerlo ya que desde hace algunos kilómetros llueve a cántaros. A medida que mi ropa se empapa y que mi cuerpo tiembla de frío, siento cómo mi determinación se debilita…
Finalmente, es un acontecimiento imprevisto lo que me va a distraerme de mis tentaciones y permitirme continuar. Por la primera vez en todo el viaje, pincho.
Apenas tuve el tiempo de detenerme sobre el borde de la ruta y de cortar el contacto del motor que una moto se detiene a mi lado. Cuando el conductor levanta su visera, descubro a un joven boliviano, en sus primeros veinte, del tipo indígena (así se designan en sentido general en América del Sud, a las poblaciones nativas que han permanecido sin mezclarse), con un rostro mofletudo y una sonrisa simpática. Pedro, intrigado por mi matrícula paraguaya decidió darme un mano.
Durante una hora, bajo pleno diluvio, mientras cambiamos (o mejor dicho cambia) la rueda, nos fuimos conociendo. Para agradecerle, lo invité a almorzar en un comedor de Samaipata a algunos kilómetros de ahí. Mientras comíamos comencé a contarle mis aventuras. Cuando llegó el café, le llegó el turno a él. Pedro tiene una historia tan terrible como tristemente clásica en Bolivia. El mayor de una familia de diez niños, vio como su padre los abandonaba un día por otra mujer más joven, dejando a su madre sin recursos para ocuparse de ellos. El padre, sin vergüenza, se mudó a otro pueblo y decidió simplemente nunca más volver. Pedro tuvo que abandonar sus estudios para ganar con qué alimentar a su familia. Trabaja durante el día como mototaxi, por la noche como cocinero, y además encuentra el tiempo para darle una mano a los franceses que pinchan bajo la lluvia…
Humildemente, me anuncia que fue duro durante los primeros años pero que ya comienza a ver un horizonte más promisorio. “En uno o dos años, todo será mucho mejor”.
¿Cómo, luego de escuchar su historia, no sentir piedad por su suerte? Cuando nos separamos un poco más tarde, la lluvia a cesado y he decidido dejar atrás mis ideas oscuras; avanzo resuelto a recorrer los cinco kilómetros y los dos días de ruta que me separan de Cochabamba, mi próximo destino.
Mi voluntad renovada va a ser puesta a dura prueba. Luego de dormir en Comarapa, un pequeño caserío deprimente a medio camino, vivo una segunda jornada de ruta horrible y acumulo una cantidad insensata de problemas. Desde la mañana, avanzo por una de las rutas más peligrosas de mi viaje. Debido a la lluvia del día anterior, la tierra se transformó en barro y estuve a punto de caer en varias oportunidades. Al mediodía, descubro el robo de mi celular, una segunda pinchadura y un parche comprado a precio de oro que se rompió a 4000 metros de un pueblo perdido con un nombre predestinado: Miseria.
Al comienzo de la tarde, salgo de una estación de servicio empujando a la caprichosa Parkinson durante una hora y media hasta un taller mecánico. Poco después, durante una pausa, el viento se lleva mis guantes que terminan cayendo por un barranco, sólo logro recuperar el izquierdo. Hacia el final de la tarde, con los nervios de punta, una tercera pinchadura y la ausencia de parche me hace perder los estribos. En esos paisajes desérticos y magníficos, grito mi odio al pequeño demonio que ha decidido torturarme para vengar a una boliviana con el honor herido.
Después de 12 horas de ruta, las más duras de mi viaje, llego a Cochabamba de noche, aún más desinflado que mi rueda trasera. Me reconforta encontrarme con mi nuevo couchsurfeur (sitio web para conseguir alojamiento en casas privadas), un compatriota que responde al extraño nombre de Bernie Noël.
Bernie Noël, sí, como el personaje del film de Dupontel ( pelicula francesa ). Y si como sucede con varios de los policías bolivianos, les queda alguna duda, él les mostrará enseguida su documento de identidad para confirmarlo. Evidentemente, ante la perfección del documento, no imaginarán por un segundo que haya sido fabricado por un falsificador tailandés…
Bernie es un tipo increíble, en el sentido literal del término. Podría encarnar perfectamente al personaje principal de un film que muero por ver: una suerte de mix entre Scarface, Diarios de motocicleta y The Big Picture. Este joven marsellés dejó Francia hace cinco años para recorrer el mundo. Cuando al día siguiente de nuestro encuentro, mientras ambos recorremos sobre Parkinson las calles soleadas de Cochabamba, le pregunto cómo hace para financiar sus cinco años de viaje, me responde con un misterioso “envío cartas”.
Lo intenté, pero no logro imaginármelo como cartero.
A medida que continúen nuestras peregrinaciones en moto a través de la ciudad, me va a ir diciendo un poco más sobre su vida.
A los dieciocho años ya había dejado el colegio hacía tiempo. Trabaja como obrero, gana bastante, pero es sobre todo el tráfico de droga lo que financia su tren de vida. Ahí está su verdadero laburo, lo hace bien y es tan conocido que los días de venta, los tipos hacen cola delante de su casa. Pero no es suficiente. Bernie está harto de Francia, quiere dar un golpe grande y tomarse el palo. En este circuito, como en la vida, no hay otra forma de dar con la venta de oro: vender la producción propia.
Junto a su mejor amigo, comienzan enseguida en gran forma, llenan el altillo de semillas y se improvisan como botánicos. Algunos meses de crecimiento y una sola cosecha. Venden todo en algunos días, embolsan una decena de miles de euros y antes de que los canas comiencen a excitarse, ya están en Australia.
Allí, la cosa toma proporciones épicas. Compran una van y llevan la gran vida. La droga, las minas, los negocios. En cuatro meses ya se lo han fumado todo, y hay que encontrar una manera de seguir viviendo sin rebajar el estándar. Se ponen a vender pastillas a los mochileros en la playa, roban la comida y la nafta de los supermercados. Un día descubren un hospital abandonado y lo desarman literalmente durante semanas para vender el cuero y los metales. Todo el mundo comenzó a hablar de estos dos franceses que arrasaron con Australia durante meses. Los tipos se volvieron leyendas. Por donde pisaban, no crecía más la hierba.
Después de algunos meses de locura, Bernie vuelve a Francia para trabajar un poco. Algo de business, unas obras para justificar los subsidios, y luego retoma la ruta. Desembarca en América, deambula a derecha e izquierda y cuando llega a Bolivia, se acuerda de una escena mítica de Scarface que fue realizada en Cochabamba y decide que es un buen lugar para estacionar. Al momento de nuestro encuentro, ya lleva seis meses y las cartas que envía no contienen buenas noticias para sus parientes sino unos buenos gramos de boliviana, una de las mejores cocaínas del mundo. La consigue a unas pocas horas de aquí, en la provincia del Chapare. Los laboratorios se encuentran directamente instalados en los campos de coca, y el polvo que producen es prácticamente puro. Lo compra por nada y la revende por pequeñas fortunas en Europa. Después de cortarla y algunas pérdidas ligadas a los controles, hace una diferencia de aproximadamente 1000%. Suficiente para vivir como un ministro en uno de los países más pobres del mundo.
Confieso que cuando me escribió un mensaje la primera vez a través del sitio couchsurfing para decirme que a él también le gustaba el poker y la moto, y que estaba más que dispuesto a alojarme, no me esperaba encontrarme con esto. Nunca en mi vida frecuenté alguien como Bernie. Somos totalmente diferentes desde todo punto de vista: desde la forma de hablar, lo social, la formación, lo profesional, lo moral… Y sin embargo, a pesar de todas nuestras diferencias, tanto él como yo tenemos conciencia de que algo mucho más profundo nos liga: la voluntad de no sufrir nuestras vidas. Ese punto, pero también una cierta admiración por su inteligencia emocional y su coraje produce en mí un sentimiento contradictorio, mezcla de reprobación y de fascinación, de distancia y empatía. Hay algo aquí que recuerda al Síndrome de Estocolmo.
Una tarde, Bernie me dice que debe ir a cerrar un trato. Cuando vuelve una media hora después, está agitado, va directamente a la cocina y lo escucho gritar que lo habían estafado. No tenía la balanza con él y le dieron menos de lo acordado. Vuelve a salir a arreglar el problema, y cuando regresa no está solo. Vino con el dealer, un boliviano, bien entrado en los cuarenta, alto, flaco, con el rostro chupado y un pequeño bigote de hipócrita. El tipo no me cae bien desde un principio, me pone nervioso que Bernie lo haya traído al departamento. Ponen la balanza justo al lado de mi compu y comienzan con su pequeño circo. Bernie le muestra que faltan cincuenta gramos, el otro lanza excusas poco claras para zafar. Trata de sumarme a la discusión, cosa que no me gusta nada, no quiero tener nada que ver con eso. Justo cuando estoy pensando en haría mejor en irme, la cosa explota. Bernie amenaza con tirarlo por la ventana, el tipo está muy nervioso, mete su mano en su bolso y amenaza a su vez: “¿en serio, querés que saque el arma?”
- ¡Dale, sacá el arma bastardo! (¡¡Bernie y la puta que te parió!!)
- ¿¿Querés, en serio??
- ¡¡Sí, dale!! ¡Puta madre, te juro que si no me das la merca ahora, te bajo yo!
El tipo no saca el arma, porque evidentemente no la tiene. Bernie está caliente como una brasa (probablemente probó la boliviana antes de pesarla) y no baja nunca un cambio, yo, al contrario, estoy a punto de desmayarme. Finalmente, el dealer acepta anular la transacción. Le devuelve la plata y recupera su merca menos una pequeña parte que el zorro de Bernie logró robarle. ¡Uff! Se terminó.
No estoy hecho para este ambiente…
Al día siguiente recibo un llamado que esperaba desde mi llegada a la ciudad. Mi contacto de poker me invita a jugar. No tengo idea de quién es: no nos hemos conocido en persona, es el amigo de un tipo simpático con el que jugué en Santa Cruz. No es un contacto especialmente confiable, pero cuando miro en Google Maps el lugar en donde se desarrollará la partida, ésta se ubica en los barrios más lindos de Cocha, por lo que me digo que no corro grandes riesgos.
Viernes 20 de setiembre de 2013, 22 horas, llego con Parkinson a una calle vacía y tranquila. Filas de portones cerrados detrás de los cuales se entreven casas lujosas, jardines bien cuidados y grandes coches. Llego a la dirección indicada, toco timbre y el portón se abre. Me presento ante un joven en sus primeros treinta, me pide que lo siga. Frente a la casa, algunas 4×4 y un auto deportivo.
No caí en la casa de pobretones…
La casa corresponde al gusto de la burguesía boliviana. Una fachada con bow-windows, la entrada bajo un pequeño techo de tejas sostenido por dos columnas dóricas. En el interior el embaldosado es de mármol, las mesas están cubiertas por manteles con encaje, los cuadros tienen marcos dorados, el lustre y las maderas se repiten hasta la indigestión. Aquí se marca la diferencia con el resto de la población, denotando un gusto inmoderado por los elementos de cultura extranjera. Poco importa que las columnas sean griegas, los bow-windows ingleses, los manteles belgas, el techo japonés, y que el conjunto resulte una mezcla caótica, lo que cuenta es mostrar a los demás que se tiene dinero y que no se es como los otros campesinos del país.
Me adentro en el salón. Al fondo, la mesa del comedor fue recubierta con un mantel verde. El tipo que me acompañaba y que resulta ser el croupier, me presenta al jefe. Un boliviano de unos sesenta años (con el que hablé por teléfono) que me ubica en el último lugar libre. Como suele suceder, la llegada de un pequeño blanco de ojos celestes produce sorpresa. Ya comienzo a acostumbrarme. Me preguntan cosas, cuento mi viaje alrededor del mundo (omito decir que vivo del poker, en general no es una buena idea comentarlo). Los tipos se muestran agradablemente sorprendidos, me integran rápidamente, y comienzo a jugar.
Es una partida muy grande.
Primero porque es muy raro encontrar una partida privada con dos croupiers profesionales. Luego porque los montos son equivalentes a los que suelo jugar en Francia. Salvo que aquí, en Bolivia, en donde el salario medio es catorce veces inferior al francés, estoy en un equivalente de un High Stakes. Y como en todos los High Stakes que he jugado en suelo sudamericano (Salta, Tucumán, Ciudad del Este), me preparo para encontrar dos tipos de jugadores: el pez gordo y los sharks.
Desde las primeras manos reconozco los peces. Han pasado los cuarenta años, están bien instalados en la vida, el poker es para ellos una actividad social como cualquier otra, que les permite olvidar el laburo. Si pueden ganar dinero, tanto mejor, pero no es su motivación principal. Lo que les interesa son las emociones del juego: bluffear, sorprender a un buen jugador, hacer un bad beat, o simplemente pasar un buen momento con sus amigos. Cada uno tiene su perfil, en general en relación con su personalidad. Los jubilados prudentes, los ambiciosos jefes de empresa que bluffean demasiado, los abogados, juristas y otros profesionales que aprendieron sus trabajos luego de largos estudios y que juegan un poker “escolar”, teóricamente muy correcto pero previsible. Son perfiles caricaturizados, que demandarán algunas sencillas adaptaciones. No me preocupo demasiado.
La gran sorpresa de la noche es que luego de algunas vueltas a la mesa, aún no he identificado un shark. Ningún jugador joven venido de Internet, técnicamente muy bueno, ningún jugador de live, intuitivo y psicológicamente aguerrido. Luego de dos horas de juego, llego a la conclusión de que no hay un sólo buen jugador en la mesa. Me siento como el lobo en medio de un rebaño de nueve ovejas. Es medianoche, ya he triplicado mi monto de partida y me chupo los dedos.
El relato de esta partida no tiene un gran interés. En una mesa sencilla, todas las decisiones resultan evidentes, y ninguna mano vale realmente la pena de ser contada. Lo que importa es que a pesar de un golpe de mala suerte (notablemente un enorme poso AA vs. AA < QQ por 850 ciegas) hago una verdadera masacre. Cuando despunta la mañana he multiplicado mi monto de partida por veinte y pasé de 50 a ¡1000 ciegas! Es la segunda victoria más abultada de mi viaje, luego de aquella de Salta. Son las ocho de la mañana y anuncio mi partida.
Es en ese momento que todo comienza a complicarse.
De acuerdo, intentan convencerme de quedarme un poco. Una reacción natural, he arrasado con la mesa y tienen probablemente la esperanza de recuperar un poco de su dinero. Como aún es temprano, que no tengo ganas de despertar a Bernie, y también porque tengo la intención de volver a jugar con ellos, acepto quedarme un rato más, incluso a pesar de comenzar a sentir cansancio.
(la parte verde es un poco técnica, como de costumbre, están perdonados si la saltean)
Algunos minutos más tarde, abro con un 77 desde el centro de la mesa (tengo 1000 ciegas). El jefe de la partida (tiene 200 ciegas) paga desde el inicio de la mesa. Decido relanzar a 5 ciegas. Todo el mundo se va, salvo un mal jugador prudente que desde pequeña ciega paga (tiene 800 ciegas). El Jefe completa.
Flop: As ♥, 7 ♥ 9 ♣ (poso 16).
¡Bingo!
Hago un prudente check y el jefe decide subir 10. Es un jugador tight y esta acción es para mí una excelente noticia: el flop le ha servido, tiene probablemente un As y voy a sacarle mucho. Decido relanzar enseguida a 30 para hacer crecer el pozo.
Cuando le toca hablar a Prudente, estoy muy sorprendido de verlo hacer check/raiser a 85. El Jefe paga rápido, y me toca hablar a mí. Jugué toda la nocha con Prudente, y sé que no es del tipo de lanzarse así nomás, sobre todo de manera tan profunda. Esta acción significa que tiene por lo menos un excelente As, pero más probablemente un doble par.
Normalmente, un trío de 7 sobre semejante board es una mano muy poderosa que vale la pena para un all in, pero aquí tengo un mal presentimiento. La famosa intuición de jugador de live, imagino. ¿Es su manera de lanzar las fichas? ¿La rapidez con la que relanza? ¿Algo en su mirada? ¿Una postura? ¿Una tensión en el aire? Francamente, no tengo idea, y sin embargo, una pequeña alarma acaba de sonar en mi cabeza y me dice de mantenerme prudente. Decido pagar simplemente.
Turn: Rey ♦ (pozo 271)
Prudente apuesta 100. Es poco en relación a la talla del pozo, pero para él, sé que es enorme. Jefe no duda mucho en lanzar sus 125. Estoy casi seguro de estar delante de Jefe que para mí tiene un buen As, algo del estilo AJ/AQ/AK y que ha venido jugando cayado desde el preflop. Prudente, por el otro lado, me inquieta cada vez más. Por lo pronto, no imagino un bluff de su parte. Es incapaz de bluffear o incluso de semi bluffear, sobretodo luego de que le hayan pagado dos veces en el flop. La mano más débil que puede tener es un doble par.
79 y A7 son muy improbables, porque tengo dos bloqueos sobre los 7. K♥ 9♥ tiene sentido pero es improbable visto el perfil y la acción en el flop. AA es casi imposible visto la acción preflop y las profundidades. No hay más que dos manos creíbles: A9 al que venzo y 99, que me supera.
Aún tengo una mano demasiado fuerte para abandonar, pero mi mal presentimiento está cada vez más fuerte… Decido pagar una segunda vez y mantenerme alerta durante la acción en el river.
River: 2♥ (pozo 666)
Prudente parece complicado por el color que cae. Piensa una decena de segundos, pero apuesta igual 140. Otra vez es una pequeña apuesta en relación al pozo, pero sigue siendo enorme para él.
Cuando el color entra y él apuesta igual tan caro, ya no puede tratarse de un doble par lo que tiene. Es imposible. Tiene siempre 99, estoy asqueado.
“Tenés 99, ¿no?”
Lo veo saltar de su silla literalmente.
“¡eh…, no, jaja!”
Lo agarré tan de sorpresa que no tuvo siquiera la lucidez de encontrar una excusa. Tiene 99, es evidente.
Estoy vencido, y no quedan más que dos posibilidades: abandonar o transformar mi mano en un bluff relanzando intentando asustar con color. Miro su resto, le quedan alrededor de 400 ciegas, y podría perfectamente jugar un color de esa manera. Pero Prudente es un mal jugador, y por experiencia sé que los malos jugadores son incapaces de soltar un trío, poco importa lo que suceda en la mesa. Bluffear aquí sería un error.
No me queda más que retirarme.
Pero no logro decidirme. Estoy convencido que tiene mejor mano, pero largar mi trío de 7 está por sobre mis fuerzas. De golpe, yo también soy muy malo. Luego de dos buenos minutos de reflexión, pago con esfuerzo.
Jefe muestra AK con el que había jugado cayado el preflop y Prudente 99. Tiro mi 77 despechado. Puta, lo sabía…
Veo el gigantesco pozo de 946 ciegas alejarse y decido que es tiempo de partir. Junto mis fichas: 600 ciegas. No es un tan mal resultado si consideramos esta última mano. Es incluso una buena partida dentro de la escala de mi viaje, pero no puedo evitar sentirme repugnado. Me levanto, el croupier se levanta también y me pide que lo siga afuera: “Escucha Jonathan, no podemos pagarte ahora. Todos los jugadores se conocen acá y juegan a crédito, no tenemos efectivo en la casa”.
Mmmm, esto huele mal… Discutimos, me enojo un poco, insisto. Luego de 20 minutos, cede. Van a pagarme la mitad hoy y la otra mitad en dos días, cuando juguemos la próxima partida. Me siento al mismo tiempo tranquilizado y receloso. El simple hecho de que hayan mentido algunos minutos antes diciéndome que no tenían efectivo y que luego, repentinamente, decidieran pagarme la mitad, no es una buena señal de confiabilidad.
Podría insistir aún más pesadamente, pero son las 9 de la mañana, estoy cansado y solo contra diez. No me queda otra que tenerles confianza. Entramos a la casa, me pagan lo convenido, tengo la presencia de espíritu de hacer un pequeño video de mi stack, por las dudas. Con mis 300 ciegas en el bolsillo, vuelvo a lo de Bernie.
El bribón no me recibe solo. Me presenta a una pequeña bomba recién salida de un clip de rap que ha recogido la noche anterior. Al menos hay quienes se han divertido de lo lindo durante la noche… Le cuento mi increíble velada pero omito el embrollo final, no sirve de nada por ahora.
Al día siguiente, el día anterior a la segunda partida de poker, recibo un llamado del Jefe. La pesadilla continúa:
“No te vamos a pagar”
“¿Qué? ¿Porqué?
El tipo ni se molesta en disimular:
“Porque nadie te conoce acá”, dice que esta es una partida entre amigos y que se niegan a pagar a un desconocido. “No deberías haber jugado con nosotros”.
¿Qué? Ahora, si ustedes hubieran ganado mi dinero, no se hubieran privado de tomarlo, ¿no? Tu eres el organizador de la partida, tu debes ser la garantía, no me iré de aquí hasta que no tenga mi guita.
¿Qué insinúas? ¿Que debo pagarte de mi propio bolsillo?
Sí. Me niego a dejarme robar de esta manera.
¿Qué? ¡¿Me tratas de ladrón?! No me faltes el respeto pequeño idiota. Esta discusión está terminada.
Mañana voy a recuperar mi guita. No sé cómo son las cosas en Bolivia, pero en Francia, cuando a uno lo roban, existen leyes a las que se pueden recurrir.
Mañana no habrá partida. No se te ocurra venir. Y no se te ocurra llamar a la policía atrevido de mierda.
Me corta en la cara y quedo mudo. No sólo me han empaquetado para toda la cosecha, sino que además se dio el lujo de insultarme. “Atrevido de mierda”. Un insulto creativo y original, que no olvido aún, cinco meses más tarde…
Mi mal presentimiento se ha realizado. Y poco a poco, voy poniendo las cosas en su lugar. Pienso en el desarrollo de la partida, en ciertas frases pronunciadas, en los numerosos bad beats (mientras escribo esta nota acabo de recordar que en el AA vs. AA < QQ, era Prudente el que tenía QQ y ¡el que se llevó el pozo enorme de 850 ciegas!). Y sobre todo repienso lo que sucedió a partir del momento en que anuncio mi partida a las 8 de la mañana: su rechazo, y la enorme mano que estuvo a punto de costarme todas mis fichas si no hubiera tenido esa intuición salvadora.
Me doy cuenta de a poco…
Me creí que era el lobo entre las ovejas, pero era probablemente la única oveja en la mesa. Jefe y Prudente eran cómplices, y los croupiers estaban afilados para sacar las buenas cartas en el momento indicado. La partida estaba trucada desde el principio, debieron haber preparado la movida incluso antes de conocerme.
Me dejé dominar totalmente. Mi orgullo recibe un golpe tremendo.
Después de languidecer algunos minutos, retomo mi espíritu. El primer sentimiento que llega es potente: el odio. Este hijo de puta va a pagarme, me voy a vengar. En un primer momento, la humillación me hace pensar en las soluciones más locas: ir a molerlo a golpes, quemar su choza, pintar su puerta, lanzarle mierda en todo el frente de la casa. Lo hablo con Bernie que entiende el asunto enseguida. Está casi más enojado que yo, lo siento hervir. Me propone ir juntos a recuperar la guita. Verlo tan excitado me hace retomar mi calma: me niego. Con Bernie de copiloto la situación se va a descontrolar en un instante. Propone ir solo, me niego de nuevo.
Dejo atrás rápido las soluciones violentas, soy demasiado tierno para eso. Considero una venganza más civilizada, históricamente y culturalmente más francesa: mandarlos al frente. Después de todo, el poker es ilegal en Bolivia. En Santa Cruz me contaron historias en las que los organizadores terminaron en cana luego de que sus partidas privadas fueron denunciadas. No tengo fotos de sus rostros, pero tengo varios videos con sus voces, una matrícula, mi stack grabado con la remera del croupier, etc… Tengo unos cuantos elementos para hundirlos bien en la mierda.
Lo pienso seriamente. Tan seriamente que envío un SMS a Jefe y al croupier: “Si no tengo mi guita a las 20hs., voy a la policía”.
Mientras espero, pido consejo a jugadores de poker franceses a través de Internet. Sorpresa. Absolutamente todos, sin excepción, me dicen que largue el asunto, y sus argumentos son sólidos. Me hacen entender que estoy solo aquí, y que probablemente soy fácil de ubicar. En Bolivia, particularmente en Cochabamba, en el centro del narcotráfico internacional, es mejor no entrar en confrontación, menos aún con gente poderosa. Al fin de cuentas no sé quienes son realmente estos tipos, cómo se han enriquecido, ni de lo que son capaces. Me dicen, con razón, que en este tipo de partidas los canas ya están avisados, y dan su protección al Jefe a cambio de una comisión. Insisten sobre el hecho de que siendo un francés en medio de bolivianos, mi palabra no vale nada. ¿El juego vale el riesgo? ¿Estoy dispuesto a jugarme la vida por algunos centenares de dólares?
Un cachetazo salvador.
Es duro de aceptar pero tienen razón. Gracias a ellos tomo conciencia de la increíble fragilidad de mi posición: un joven extranjero viajando solo en moto en un país con leyes inestables. Soy el blanco perfecto para una estafa… Cinco meses más tarde me doy cuenta de la suerte que he tenido de que esto haya ocurrido sólo una vez.
A las 20hs., la hora del ultimatum ha pasado y no voy a buscar a la policía. A la mañana siguiente, en el momento en que sé que se está desarrollando la partida, me resisto a la tentación de hacer una entrada de reconquista. He tomado la única decisión viable: sentarme sobre mi orgullo, aceptar que me hice estafar e izar velas.
En el poker existen situaciones inexorables en las que sea cual sea la acción que se efectúe, siempre saldremos perdedores. Las llamamos setups. La mano que jugué el otro día era un setup. La única manera de sortearla era haberme retirado cuando aún estaba a tiempo. En la vida también nos sucede a veces de encontrarnos en situación de setup. Saber reconocer esos momentos, ser capaz de percibir que la relación de fuerzas está en nuestra contra y no dejarse enceguecer por nuestro ego puede permitirnos detener las perdidas antes de que sea demasiado tarde.
Llegué a América del Sud con una sonrisa en la boca, a la vez cándido y muy seguro de mi mismo. Me costó algunos centenares de dólares y una pequeña humillación poder abrir los ojos. No es un costo elevado finalmente cuando imaginamos aquello de lo que pude haber escapado…
Miércoles por la mañana, me despido de Bernie. La peor semana de mi viaje acaba de terminar. Dejo Cochabamba con la cola entre las piernas. Ahora mejor olvidar.
Esta noche estaré en La Paz, la capital de Bolivia.
Una nueva aventura comienza…
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